Su vida gira en torno al Yak. En la mantequilla que da vida a sus velas, en la piel que cubre sus libros sagrados, en el aceite que ofrendan los peregrinos; en la lana que espesa sus abrigos, en la leche que da sabor a su té, en la carne que alimenta a sus familias; en el combustible que enciende sus hogueras y hasta en los peluches con los que juegan los niños… el yak está en todas partes.