“Un millón doscientos mil tibetanos asesinados, seis mil templos y monasterios destruidos, ciento treinta mil personas en el exilio…” parecen solo números rancios, vacíos, ecos de un pasado remoto. Pero estoy en Tibet. Lo veo. Lo vivo. Lo siento. Lo sé. Los derechos humanos siguen siendo violados y, cada año, más de tres mil tibetanos huyen hacia el exilio. El pasado sigue estando presente. ¿Qué vamos a hacer para cambiarlo?